
Hola ojos de otros. Aqui nuestros ojos trinitarios de nuevo. Andamos requeteliados, ajetreados, acelerados, manteniendo una velocidad vital de crucero alta y temeraria desde hace algún tiempo. Ni siquiera tenemos ganas de salir a beber por ahí. Nos ponemos un par de dedos de un buen vino en un supercopón y nos postramos sin poder dejar de pensar en lo que hemos hecho durante el día y los cuatro palmos que hubiéramos movido la luz principal porque lo cierto, señores, es que estamos iluminando y rodando, aquí al trinidad eufórica, un documental sobre uno de los grandes placeres terrenales: el vino. La fotografía es, en cierto sentido, como el arte de hacer vino. Es todo un mundo, es inacabable, inaprensible y, sobre todo, un oficio. Tanto Euchrid como yo e incluso el Alakran coincidimos plenamente en que estas disciplinas no pueden ser estudiadas sólo desde un punto de vista académico, sino que son y deben ser habilidades aprendidas, pero sobre todo apre
hendidas, de otras personas y que se desarrollan en paralelo a nuestra personalidad. Se enriquece nuestra vida al fotografiar, y se fotografía nuestra vida al vivir, y se enriquece nuestra fotografía al vivir y, con un poco de suerte, nuestra vida es la fotografía y fotografiamos vida.